La cultura de privilegio en la clase política ha sido una práctica perversa que, impunemente, se ha naturalizado en nuestro país. Una práctica, debemos decirlo, que no repara ningún tipo de sensibilidad social ni, mucho menos, propone una señal de confianza con los sectores más desprotegidos. ¿Qué política se quiere construir en nuestro país si es usada con fines particulares o con propósitos de “privilegio”?
El escándalo desatado por las vacunas (aunque desde el gobierno nacional pretendan minimizar lo acontecido), es un acto espurio de gobierno que debe ser señalado; pues es un acto que desenmascara una forma de construcción política que los gobiernos kirchneristas y sus voceros locales parecieran reproducir arbitrariamente, dejando al pueblo argentino en una situación de incertidumbre y desesperanza. Esta cultura de privilegio es propia de una conducta de “casta política”, difícilmente de encontrar -paradójicamente- en sus discursos de justicia social o soberanía nacional. Seamos claros: ningún país puede construir soberanía o justicia sobre la base de “métodos selectivos”.
Desde el gobierno nacional hablan de situaciones de exposición ante el Covid que afectan a determinados funcionarios, familiares o amigos del poder. Pues bien, ¿qué queda de los adultos mayores que deben trasladarse en transporte público, o de los habitantes en villas miserias que no cuentan con sus condiciones básicas sanitarias? ¿Qué queda para los millones de argentinos que durante sus jornadas laborales mantienen situaciones de riesgo dadas sus responsabilidades domésticas o económicas? Evidentemente, el protocolo, inscripción y vacunación debe ser equitativo, porque (de lo contrario), así no hay política sanitaria posible.
Nada de lo sucedido es justificable. Es, por cierto, repudiable. Como Concejal de San Carlos, me pongo a disposición de una cultura de equidad e igualdad de acceso a los dispositivos de la salud pública, pero de ningún modo sostendré una posición ambigua o contraria las necesidades del departamento, la provincia y el país. Que quede claro: según mi concepción, el país, la provincia o el departamento, es precisamente la gente, no un puñado de privilegiados que se adelantan a los tiempos de una pandemia que afecta a todos por igual.
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