Por la cuarenta sigue de cerca a los deambuladores que antes de viajar a JERUSALÉN dejaron marcada una reflexión en Turquía, aquí se las compartimos.
«Hace ya casi un mes que llegamos a Turquía y hemos ido descubriendo de a poco este país increíble, que no para de sorprendernos, desde la llegada a un departamento al centro de Estambul totalmente gratis, una experiencia de reciclaje extremo en una granja un poco al sur de Yalova, viajar 700 kilómetros a dedo con un promedio de espera entre auto y auto de no más de 4 minutos, la llegada a Gocek que nos esperaba con unas montañas y un bosque de ensueño, y podríamos seguir enumerando, pero, en este texto queremos contarles una anécdota muy simple, que nos ha hecho pensar bastante.
El otro día, acá, fuimos a visitar a nuestra vecina más cercana, Emineyé, con 5 litros de Yogurt, porque ella nos había prometido enseñarnos a hacer manteca y ayrán (un tipo de Yogurt bebible salado que acá se toma durante las comidas) y apenas tuvimos los materiales partimos para su casa, un poco más abajo en la montaña.
Emineyé es una señora de unos 70 años, que ha vivido toda su vida en medio de los bosques y las montañas que, tal vez, baje a la ciudad unas tres o cuatro veces por año, nada más. Fuimos con la señora que es la dueña del lugar donde estamos trabajando ahora, Deborah, ella habla un poco de Turco y nos hacía de traductora, cuando llegamos Emineyé salió a recibirnos, pusimos el yogurt en la máquina y empezamos el proceso.
Mientras esperábamos la manteca estuvimos charlando bastante, Emineyé estaba preocupada por las olivas, pues está por empezar la cosecha y porque su marido (Gamberyá) se había ido a la ciudad un día antes de lo previsto y, según ella, seguro estaba apostando a las cartas, cada tanto miraba cómo iba el proceso de la manteca, que hacía ya media hora, nos había dicho que serían unos 5 o 10 minutos. Además, se empeñó en decirnos que teníamos que quedarnos en las montañas, que no nos fuéramos. Primero nos decía que nos teníamos que quedar solamente, después que ella tenía dos cuartos para nosotros y al final ya nos insistía con que teníamos que construirnos nuestra casa acá, en medio de las montañas, que hay unas casas prefabricadas que podíamos usar, nos decía.
Después de casi una hora, tuvimos nuestra manteca, nuestro ayrán, y un par de ideas en la cabeza, porque, ¿cómo puede ser que esta mujer que poco compartimos en común, que apenas nos conoce, nos haya invitado a vivir con ella? ¿Cómo es que sin hablar el idioma, más allá de Deborah traduciendo lo que podía, pudimos charlar con ella, reírnos bastante y mal que mal llegar a entendernos?
Charlando sobre eso surgió la idea de que las fronteras no existen, son puros inventos que nos han impuesto sólo para separarnos, creemos que existen límites imaginarios que normalmente no debemos cruzar, o de última son difíciles de cruzar. Y hablamos de fronteras en todo sentido.
Obviamente, lo primero que viene a la cabeza son las fronteras geográficas que te obligan a pensar en un “ellos” y un “nosotros”, que solicitan un pasaporte o una visa para atravesarlas, que crean nacionalismos estúpidos que nos llevan a separarnos cada vez más y más y a pensar que hay algunos “nosotros” mejores que otros. Esas son las primeras fronteras que nos enseñan, y que muchas veces generan rivalidades que no tienen ningún sentido.
Llevamos 4 meses viajando, sin hablar el idioma de ninguno de los dos países que hemos visitado, que están (literalmente) al otro lado del mundo, con culturas muy diferentes, con ideas diferentes, realidades diferentes y nunca hemos visto en eso una frontera, sino siempre diferencias para enriquecernos y conocer.
Pero, hablamos también de las otras fronteras, las que nos ponemos a nosotros mismos. Ha sido increíble la gente que nos ha escrito diciendo cosas como: ¡Qué grande chicos! Si yo pudiera haría lo mismo. Obviamente, hay realidades diferentes, es lo que venimos diciendo, pero ¿por qué no animarse? ¿Qué nos hace especiales a nosotros? ¿Qué nos hace diferentes? Nada, absolutamente nada. Nos pusimos un objetivo, trabajamos durante un año ahorrando, terminamos nuestras carreras y salimos. La idea, de “normalidad” o “estabilidad” creemos que es la frontera mayor. El trabajo, el estudio, la plata, progresar, etc, etc, etc. ¿Qué tiene de normal postergar los sueños? ¿Por qué no? Esa, pensamos es la pregunta del millón ¿qué es lo que podría pasar?
No queremos, ¡para nada! (ya lo hemos dicho) escribir sobre auto ayuda. Solamente, descubrimos que, a pesar de las distancias geográficas, del lenguaje, de las culturas, de la edad, de todas las “fronteras” que se les ocurran, pudimos aprender a hacer manteca con Emineyé, y pasar un rato increíble con ella. Por lo tanto esas fronteras, esos límites, son absolutamente relativos, o, mejor aún, inexistentes, vimos a israelíes tomando el té con palestinos, alrededor de un fuego estuvimos sentados musulmanes, católicos y judíos, en cada sitio al que fuimos nos abrieron las puertas sin importar nuestra nacionalidad, lengua, religión o color.
Todas, todas, las divisiones están en nuestra cabeza y siempre las cosas malas tienen mejor prensa. ¡Ojo! no negamos las diferencias, negamos las fronteras, las diferencias son maravillosas, son el motivo por el cual nosotros andamos, si todo fuera igual qué sentido tendría viajar. Las diferencias están, pero depende de uno hacer de ellas una frontera, un límite o tratar de ver y aprender qué hay del otro lado».
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